domingo, junio 03, 2007

Sin noticias de Zarzuela


Este país ya no es lo que era. Sin más, nos vamos comiendo poco a poco nuestras tradiciones y nos vamos convirtiendo en un país cualquiera, sin idiosincrasia ninguna (pedón por el cultismo, pero es que me encanta esa palabra).


Pues, como os iba diciendo, se pierden las buenas costumbres españolas. De manera que uno se tira ocho años de su vida haciendo una carrera y cuando llega el feliz día de recoger el ansiado título académico se encuentra con que no tiene la firma de su majestad. ¿Cómo es posible? ¡Si hasta el título de la E.G.B me fue firmado por tan ilustre personaje! Yo entiendo, que a su edad, a Don Juan Carlos le cuesta ponerse con estos temas tan banales, que seremos miles de titulados al mes y que no querrá perderse los primeros balbuceos de doña Sofía, el primer discursito de doña Leonor y la última patadita en la espinilla de Froilán, que a estas alturas ya deben de ser para tomarlas en cuenta. Pero ya se podía haber estirado Felipe, joder, que ya no se acuerda de los amigos. Tanto vamos a comer juntos, vamos a comer juntos en el hospital real que yo invito y desde que se casó ya no se acuerda de mí. Eso está muy feo, mira.

Además, ¿por qué ha tardado entonces tres meses en llegar el título? ¿Le dan un paseo por granada para que lo firme el magnífico? (el magnífico es el rector, para los no puestos en tíutlos honoríficos), pues el magnífico es el único que ha firmado aquí. Y encima, por todo ello me han cobrado 140 eurazos, que digo yo que será para pagar la gasolina del traslado de una oficina a otra, porque , madre mía... y para colmo, a mi amiga filledupont, Matrícula de Honor en proyecto fin de carrera, ni siquiera se lo dan gratis. Ya me dirán ustedes de qué sirve que te den la matrícula de honor en la última nota de la carrera si ni siquiera tienen el detalle de regalarte el título por el que te has dejado medio cerebro y un quince por ciento de la visión.

Pues eso, que se pierden las buenas costumbres. Así que, decidido a superar este pequeño trauma nacional encaminé mis pasos al albayzín granadino, barrio castizo donde los haya.

En el camino, paseando por un nuevo bulevar que, a pleno sol y con la sonrisa del que tiene un día de vacaciones inesperado en la cara, me daba un aire de caminar en modo "pasarela cibeles" un poco fuera de lugar pero que yo disfruté mucho, me encontré con una enormísima bandera española ondeando en lo más alto de un mástil que a todos nos hace pensar en las carencias fisiológicas del autor de la idea. "Muy españoles", pensé, el rey no se pega el trabajo ni de firmarnos nuestro título, pero aquí estamos nosotros bajo este banderón que por no hacer, no da ni sombra y le ponemos una especie de altarcito, que no es más que una excusa para otra rotonda hortera en la ciudad, pero eso es otra historia.


Así que llegamos al albayzín, a encontrarnos con lo auténtico, a vivir las tradiciones como dios manda... vamos, a comerme una buena tostada de tomate compartiendo una conversación con una buena amiga y ¿qué me encuentro? Todo un surtido de bares "typical spanish" para guiris, que serán muy típical, pero que a las doce del medio día ya están ofreciendo almuerzos y se niegan a ofrecernos un (ahora sí) típico desayuno de media mañana o, por otro lado, montones de bares de modernos (o de gayes, que viene a ser un poco lo mismo) con mucho glamour pero cerrados a cal y canto hasta la hora en que los que pijos de turno decidan gastarse los cuartos en una tapa excéntrica y sin enjundia.


Tristemente, mi desayuno se completó con una tostada de pan integral, por circunstancias ajenas a mi decisión y servidas por un camarero mala follá (esta costumbre no se perderá nunca, lo que son las cosas) en el interior de una heladería sin terraza. Por suerte, aún existen personas con las que puedes disfrutar de una conversación amena, divertida y, a veces, muy profunda que te hacen que te olvides de la sangre azul, de las banderas ondulantes y de la mala follá del que te va a cobrar dos euros por un zumo de naranja lleno de agua del grifo. No perdamos la costumbre más importante, por favor, la de hablar.