martes, julio 17, 2007

Sobre la vida y otros juegos de naipes


Comienzas con unos buenos cimientos. Respiras tranquilo, pausadamente y colocas la siguiente fila. Tres de tréboles. Poco a poco, la construcción se va levantando, vas despacio, sin prisa pero con ganas de avanzar. Te alejas un poco y la miras. Exhalas despacito para que nada se tambalee y vuelves a la carga. Ocho de picas. Otra fila más completada, la cosa va subiendo y aún te quedan muchas cartas en las manos. Quizás es momento de ensanchar un poco el piso bajo y permitir una construcción más amplia. Ahí va el as de picas. Lo contemplas todo de nuevo con orgullo. Ya casi lo tengo. Y empiezas a colocar el penúltimo piso uniendo el diez de diamantes y el as de tréboles. Vas alejando las manos muy despacio. Que el aire no se mueva a tu alrededor. Casi no respiras y miras tu construcción lleno de orgullo cuando un descuido de alguien roza la mesa haciéndola temblar. La estructura se viene abajo ante tus ojos como si desde siempre hubiera sido este su destino. No buscas culpables, ni siquiera te enfadas, simplemente te quedas con la cara de tonto pensando si merecerá más la pena, ahora que todas las cartas están sobre la mesa, empezar de nuevo la historia o echar una partida de solitario. Mientras, tu mano se mantiene inmóvil con el brazo extendido como si aún pudieses colocar en todo lo alto de la estructura deshecha el tres de corazones.